I.
—¿Jakub? Ese es un nombre extraño. Nunca lo escuché antes. Suena como cuando estornudas. Jakub… Jakub…
—¡Madre me llamó así! No rías, soldado. Es de la Torá.
—Está bien. Tranquilo… Jakub. Solo bromeaba. En nuestro país te llamaríamos Jacob.
—Los americanos, muy burlones. ¿Cómo es américa? —preguntó el pequeño polaco.
—Bueno. Diferente. Yo soy mexicano. Pero me hice estadounidense al venir aquí. ¿Te cuento sobre mi rancho?
—¿Qué es un rancho?
—Creo que ustedes lo llaman “gospodarstwo” —intentó pronunciar el sargento americano—. Es un lugar donde crías animales, cultivas plantas…
—Eso es granja, no rancho.
—De acuerdo —Sonrió— Eres un chico muy listo. ¿Dónde aprendiste español tan bien?
—Mi tío me enseñó. Sabe hablar cinco idiomas. Cuando termine guerra, vamos a los países de idiomas.
—Viajarán mucho. Cinco son muchos idiomas. Debe ser un verdadero cerebrito. ¿Dónde está ahora? —Agachó el sargento su mirada para limpiar el chorro de café que derramó en su uniforme.
—Es soldado como tú. Mata muchos alemanes. Escuché a papás hablando de que lo llevaron a Auschwitz. No sé dónde está, y a ellos no les gusta contarme, pero sé que mi tío está aplastando alemanes.
Siguió limpiándose la mancha. Lo cual le valió para ocultar la mueca de lástima por la desdicha del pequeño. Bueno es que él lo ignoraba.
Esperaba que no tuvieran en esa ciudad la misma suerte. No habían atacado allí. Todo estaba tranquilo. Pero en cualquier momento, las cosas podían cambiar. Nunca se sabe con los alemanes.
Es impresionante cómo algunas amistades comienzan antes de darnos cuenta. Antes incluso de decidir forjarlas.
II.
—¡¿Dónde está Jakub?! —le exclama a otro soldado sujetando su camisa firmemente.
—No lo sé. Debe estar refugiado con sus padres en su sótano —responde mientras escupe trocitos de tierra.
—Ellos viven en un apartamento en el 3° piso. Y no tienen sótano. Yo mismo le pregunté a Jakub. No tienen dónde refugiarse.
—No lo sé entonces, señor —le espetó, desesperado —, y no hay mucho que podamos hacer por él.
Una bomba hizo volar por los cielos a dos reclutas. El sargento y su compañero raso sintieron las partículas de tierra cayendo sobre sus cascos y uniformes. Los artilleros no paraban de disparar.
Los alemanes contaban ciertamente con un gran poder en vehículos blindados.
—¡Esos coches fueron fabricados en el infierno! ¡alemanes desgraciados! — Lloraba como pequeño un recluta con las expresiones faciales contraídas. Abrazaba sus rodillas buscando esconder su rostro, que parecía más bien desquiciado.
Otros luchaban con valentía. Muchos murieron. Hilos de sangre corrían aquí y allá en el suelo, brotando de sus antiguos poseedores.
No debía hacerlo, pero no podía sino intentarlo. Aquel pequeño se había convertido en poco tiempo en su amigo. El sargento —de nombre Oziel—, dudoso e impelido a librar una batalla ya de por sí perdida, osciló en su decisión por unos momentos, a la vez que descargaba su rifle contra todo lo que se moviera del otro lado del puente.
Entonces dejó su puesto. Y fue a buscarlo.
¡Cuán preciosa era la plaza de Poznan! Muchos comerciantes y artesanos se habían instalado en ella. Aún con los embates de la guerra luchaban sus propias batallas contra el hambre y la tristeza. No dejaban vencerse por ninguna. Hacían algarabía, ora riendo ora porfiando entre ellos. Pero en esa plaza todo era movimiento.
Después del bombardeo, nada de eso quedó.
Las calles alegres de la plaza que el oficial patrullaba a diario eran ahora un baño de sangre. Un niño sollozaba junto al cuerpo sin hálito de vida de su madre. Los perros lamían y mordisqueaban lo que podían de lo que alguna vez fueron ciudadanos polacos.
¿Es la guerra la culpa de unos pocos ambiciosos en el poder? ¿O es una actitud natural de nuestra esencia cruel y despiadada? Dos cosas sé: 1) No me gusta; 2) Brota de mi ser.
III.
¡Ah! ¡está caliente! —Quiso girar la perilla del apartamento de Jakub.
—¡No lo abras, debe estar en llamas! —resonó una voz detrás suya desde la espesura de la nube blanca de humo.
—¡¿Tú qué haces aquí?! —exclamó a su compañero de patrulla mientras sobaba su propia mano por el ardor de la quemada— ¡Pueden hacernos ejecutar a los dos!
—Lo sé. Sabía que vendrías. No podía dejarte solo. El frente cayó. Los alemanes nos sorprendieron por el noroeste. Están avanzando por la ciudad —Tomó un momento para recuperar, jadeante, el aliento.
—Sargento, lo más sensato es irnos. ¿Seguro que quiere arriesgarse tanto por ese niño? Me caía bien, pero es solo un polaco. Mueren por millares.
Ignorándolo, procedió a cortar un trozo de su camisa. Luego lo empapó con agua de su cantimplora y abrió la puerta con riesgo de su vida.
Ya todo eran cenizas. No estaba nadie, ni había cadáveres.
Tomó un momento para pensar.
Desde que el sargento le compartió un pequeño trozo de queso, Jakub comenzó a visitarlos cada mañana a la base. Cuando realizaban su patrullaje por las calles de la plaza, él iba junto con ellos. Sentía de verdad que era un soldado solo con caminar al lado de estos hombres.
Entre las numerosas pláticas, una no salía de la mente de Oziel. Aquella en la que Jakub entendió quién era Jesús. Ese día lo guio a los pies del Maestro en una oración. Y el pequeño con mucha fe —característica de los niños— y sencillez, pero también con su lúcido entendimiento, dijo a Jesús: “Yo sí creo en ti, y ahora eres mi salvador”.
Aquellas palabras no hallaban puerta de salida en la mente del desesperado sargento.
—Sé dónde puede estar. Pero… pero si los alemanes entraron por el frente nororiental, y atravesaron ya la plaza del norte, estamos en serios problemas. Has obedecido en todo, soldado. Esta vez, no pediré que vengas.
IV.
El riesgo que requirió aquella expedición solo puede explicarse con una palabra: amistad.
—¡Jakub! —susurró lo más fuerte que pudo el soldado raso.
—No es él, soldado. Además, ese niño ya no vive. Mira el color pálido en sus labios —El pobrecillo quedó sentado con un pan en sus manos. El lonche que su padre le había horneado esa misma mañana, no lo pudo disfrutar.
La guerra es cruda.
—¿Cuánto falta, sargento?
—Poco. Tú has estado allí. Es en el viejo molino.
En realidad, el camino no fue largo. Pero la cantidad de escenas impactantes lo hacía parecer interminable.
Por fin, después de una loma de escombros, la cual tuvieron que escalar con mucha cautela, lo vieron. El molino estaba pasando un campo de cultivo ya cosechado. El padre de Jakub alguna vez le contó que solía trabajar ahí. También le contó que el molino contaba con un sótano.
Sin embargo, no vieron solo el viejo molino. Detrás de él, como a 800 metros, divisaron una tropa alemana. Era un escuadrón de avanzada. No más de 30. Demasiados para ellos dos.
—¿Está seguro de que están ahí, sargento? —replicó el soldado al hombre en quien confiaba su vida sin pestañear.
—Ahora, no estoy seguro de nada, amigo —se sinceró— Si vamos por el canal, no nos verán, pero tardaremos demasiado. Pienso que debemos ir en línea recta, una carrera. Llegando, tú pruebas suerte echando a andar ese coche, mientras yo reviso si hay alguien dentro. Sin duda nos verán.
—Sargento. Sé que no hay tiempo. Esto no es broma. Me gustaría tener eso de Jesús también. Lo de la salvación. Hasta ahora solo lo oía hablar con la gente. Intentaba fingir que yo no lo necesito. Es para los débiles de mente. Pero lo que dice es verdad. ¡Demonios, soy un pecador! Sé a dónde voy. Sé que ahora es tarde y parece que lo hago por miedo a morir. No sé si Jesús lo acepte así.
Al levantar la mirada para ver a su sargento, notó que una sonrisa se había dibujado en su rústico rostro. Vislumbró un brillo en su mirada.
—Sabía que Dios lo haría. Oré por este momento. No es tarde aún. Pero bueno, ya me lo dijiste a mí. ¿Qué esperas para decírselo a Él?
—¿Cómo, así nada más?
—Claro. Jesús te escucha ahora. Y Él dijo: “al que a mi viene, no le echo fuera”. Hazlo ya, se están acercando.
El soldado musitó: “Jesús, sabes que nunca hemos hablado. No sé si lo estoy haciendo bien. Pero te necesito ahora. Dame esa salvación de la que habla siempre el sargento. Verás, te voy a seguir desde ahora. ¿Puedes salvarme, por favor? Ah, también, ayúdanos a encontrar a Jakub. Amén.
—¿Te acuerdas que Jesús, después de morir, resucitó? Esa es la garantía de que te escuchó y, si de verdad le crees, te salvó.
—Lo creo, sargento.
—Entonces hermano —Lo abrazó fuertemente— ¿Estás listo? Corramos.
Los campos polacos destacan por su belleza inigualable. ¿Es la abundante vegetación? ¿Son las construcciones diseñadas en harmonía con la naturaleza? ¿Es la larga tradición histórica que guardan y puedes percibir con una sola mirada?
¿Habrán percibido algo de ello los nazis mientras hollaban la arcilla polaca?
V.
—¡No arranca! ¡Es un cacharro! —Sabía lo que hacía. Era el ingeniero del escuadrón. Pero las manos le temblaban.
—Inténtalo de nuevo. ¡Pero agáchate! Están muy cerca.
Las metrallas y los fusiles ya los alcanzaban. El molino los cubría parcialmente. Pero el lado del conductor, donde el soldado intentaba ferozmente encender el coche, quedaba al descubierto.
El soldado sintió un golpe en una parte de su cuerpo. No le dio importancia. Pero su manga estaba demasiado empapada. Era demasiado para ser sudor. El sargento no se percató. Estaba ocupado vaciando su cargador.
—¡Demonios! ¡Sargento! Los siento, señor. Me dieron.
—¡Jimmy! Tranquilo, amigo. Te voy a revisar —Inspeccionó con su mano distintas partes del torso del hombre. No había sangre— Te dieron en el brazo, soldado. La contarás para otra aventura. ¡Ahora arranca este pedazo de metal!
—Gracias a Dios. Mi primera charla con Jesús y ya me ando encontrando con Él. Dejará cicatriz… ¡Ja, funcionó! Gracias Dios.
—¡Acelera ya! —gritó el copiloto golpeando el tablero del auto.
Salieron a toda velocidad. La que el vehículo les permitía. Suerte que los nazis habían concentrado sus fuerzas en un paso al oeste del molino. Esta tropa de avanzada consistía de un solo acorazado. Una unidad de reconocimiento. Con su desventaja de ser poco más rápido que un hombre corriendo.
El coche comenzó a andar, pero también a trastabillar brincando de su lado derecho. Fue milagroso que los otros tres neumáticos siguieran inflados. Eran viejísimos. Y las balas rozaban por un lado y otro.
—No puede ser. ¡Y todo para nada! Bueno, talvez Jakub y su familia estén a salvo. Pensemos en que lograron escapar.
Oziel no dijo nada.
Entonces, la silueta de un hombre apareció en el horizonte. Después de él, una mujer y dos niños emergían de aquel canal que los escondía de la vista alemana.
—¡Son ellos! Sabía que los encontraríamos. ¡Acércate!
Este es el primero de una serie de retos para mejorar mis técnicas de narración. El enfoque fue “desarrollo de una historia corta a partir de una imagen”.
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