
Entre los años 1921 y 1923, Dios llamó a un joven médico a dejar su profesión para dedicarse a predicar la Palabra de Dios, su nombre era Martyn Lloyd-Jones. Poco después de esto, los miembros de una pequeña iglesia en la zona rural de Gales lo invitaron a convertirse en su pastor. Su situación era difícil: carecían de líder, muchos miembros habían abandonado la congregación, y los que quedaban apenas mostraban interés por las cosas espirituales. Lloyd-Jones aceptó el reto, y ni bien comenzó a trabajar cuando notó los problemas que causaban el deterioro de la iglesia. Primero, el programa del servicio dominical estaba abarrotado de obras teatrales, música y cosas semejantes que solo entretenían a la iglesia; la situación era tal que fabricaron un púlpito móvil que hacían a un lado casi todo el servicio, pues la mayor parte se consumía en actividades ajenas a la predicación fiel de las Escrituras. Fue así que el jóven predicador comenzó por atornillar al piso, en el centro del altar, aquel púlpito de madera, eliminó del programa lo que fuese inútil, y dio centralidad a la exposición fiel de la Biblia. Al poco tiempo, la iglesia mostró uno de los mayores crecimientos y actividad evangelística en toda la región. Así mismo, él llegó a conocerse como uno de los mejores predicadores de su época y de la actualidad.
Regresando el púlpito al centro de la vida de la Iglesia
Si estás comenzando a predicar, o estás liderando una congregación, esto te enseña algo valioso: la buena predicación debe ocupar el lugar central en la vida de tu iglesia. Por ello te comparto el siguiente argumento dividido en tres pasos sobre por qué predicar bien sí importa.
1) La Gran Comisión se trata acerca de predicar
Cuando Jesús ascendió al cielo, se aseguró de ser claro con sus discípulos con respecto a qué deberían hacer mientras él regresaba. ¿Cuál fue la misión? "Id y haced discípulos a todas las naciones..." (Mt. 28:19a); y ¿Cómo habían de hacerlo? "Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mt. 28:19b-20). De modo que la tarea es simple (aunque no fácil), haz discípulos, bautízalos y enséñales a guardar todo lo que Jesús te enseñó a ti. Además del bautismo, todo lo demás que tenemos qué hacer tiene que ver con transmitir el mensaje de la Palabra. Ese debe ser el enfoque de toda la iglesia.
Además, si mi tarea es hacer discípulos, ¿cómo se supone que debo hacerlo? Predicando las palabras de Jesús. Cualquier persona que cree en las palabras de Jesús tiene vida eterna y es salvada de todos sus pecados (Jn 5:24). También en Juan 8:31, Jesús le dice a judíos que aparentemente habían creído en Él: "si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos". La misma idea aparece en Juan 15:7-8. De modo que un discípulo es aquel que cree y permanece en la palabra de Jesús. Por la cual, hay que predicarla.
La naturaleza misma de hacer un discípulo es predicar la Palabra de Dios
Pero, ¿no pueden solo leer la Biblia y ser salvos? Si pueden. Pero en Su infinita sabiduría y bondad, Dios quiso usarnos a nosotros como proclamadores de Su Palabra. La Biblia afirma que para que una persona crea, debe haber alguien que le predique (Ro 10:13-14, 17). Así que la naturaleza misma de hacer un discípulo es predicar la Palabra de Dios.
Entonces, ¿todo se trata solo de predicar?, ¿no importa que no sepa muy bien cómo hacerlo? En realidad, sí importa, y mucho. Esto nos lleva al siguiente argumento.
2) No basta con predicar, hay que predicar bien
Para que una persona se salve, debe ser capaz de entender bien la Palabra. Es así como lo enseña 1 Timoteo 3:15-17, que afirma que las Escrituras te dan la "sabiduría que lleva a la salvación" (LBLA). La naturaleza misma de la Biblia nos muestra que sus bendiciones se hacen accesibles a través de la comunicación. La Biblia es la Palabra de Dios, y como tal, debe ser comunicada. Como en los mensajes militares por radio, si el mensaje no se recibe bien, la misión falla y las consecuencias son catastróficas.
Ahora bien, entendemos que, como en todos los medios, existe buena y mala comunicación. 2 Timoteo 2:15 muestra implícitamente que la Palabra puede usarse bien y mal, por eso manda usarla bien. Existe la buena predicación y la mala predicación. Tu tarea es "procurar con diligencia" encontrarte en el grupo de aquellos que predican bien la Palabra. Es cierto que el Espíritu Santo debe obrar directamente en el entendimiento de modo que la persona logre entender y creer el mensaje, y que la persona es responsable de escuchar con atención. Sin embargo, esto no quita la necesidad del instrumento humano usado por Dios de prepararse para la tarea de comunicar bien el mensaje que Dios le da. Esta idea choca con la cosmovisión relativista de la época, donde no hay pensamientos erróneos, solo "perspectivas diferentes". Bajo ese paradigma, no existe la mala predicación, solo diferentes "estilos". Pero el siervo de Dios, cuya regla de fe y práctica es la Biblia, entiende su tarea como un constante perfeccionamiento por comunicar eficazmente el mensaje que recibió. Y no se da por satisfecho con nada menos que eso.
Así que si vas a predicar, predica bien.
En términos de Nehemías, "lee el libro de la ley de Dios claramente, y pon el sentido, de modo que las personas entiendan la lectura" (Nh 8:8, énfasis añadido). Es una tarea ardua. No es solo pararse a decir unas cuantas palabras interesantes sobre la Biblia. Debes esforzarte en que la audiencia entienda el significado real de palabras que fueron escritas hace miles de años, a personas distintas, con contextos distintos, en lenguajes distintos. Y después de eso ayudarlos a entender el propósito que esas palabras tienen para sus propias vidas. Pero el resultado vale la pena: personas se salvarán. Así que si vas a predicar, predica bien.
En estos momentos estarás pensando: "es muy fácil decirlo...". Pues tienes razón, no es una tarea nada fácil de llevar a cabo. Yo no te daré un método de "Cinco pasos para predicar bien de forma natural"; hasta ahora no conozco ninguno. Esa dificultad demuestra la idea de que predicar bien sí importa, y nos lleva al último argumento.
3) Predicar bien la Palabra requiere darle la mayor importancia
Esta es una labor que demanda tiempo, esfuerzo y dedicación. Muchos jóvenes que comienzan a predicar piensan que por tener habilidades de comunicación, carisma y facilidad de palabra, la predicación será cosa fácil. Pero nunca resulta ser así. No hay atajos, por lo menos para los que lo toman como algo serio. Lamentablemente, los púlpitos de hoy están abarrotados por predicaciones huecas, vanas y humanistas; y por predicadores que, en palabras del hermano Paul Washer, "deberían pasar menos tiempo en el púlpito y más tiempo en su estudio". No hay poder, no se confronta el pecado, no se predica a Cristo. Cuando un pastor tiene llena su agenda de actividades, suele quitar tiempo de su estudio y comunión con Dios para dedicarlo a organizar eventos sociales; los eventos no son malos, pero la prioridad es la predicación. Los apóstoles tuvieron el mismo problema. Ellos tomaron la decisión correcta. Según Hechos 6:3-4, cuando se vieron abarrotados de actividades, buscaron hombres que se dedicaran a atender los asuntos logísticos de la iglesia, como atender mesas y servir a los hermanos, lo que conocemos como un diácono (Hch 6:2-3). Pero pusieron en alto su labor más importante: "Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra" (Hch 6:4). Por su parte, Pablo aconsejaba al joven predicador Timoteo: "Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza" (1 Ti 4:13); y si no fuera cosa difícil no le habría dicho: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren".
Con riesgo de sonar elitista, afirmo en base a las Escrituras, que predicar no es para cualquiera. Requiere un compromiso, sacrificio y deseo deliberado de aquel que se entrega a comunicar el mensaje de Dios. El peligro es grande. Todo aspirante a usar el púlpito debería temblar al recibir el llamado. Por ello, Santiago escribe: "Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación" (St 3:1).
A la vez, es uno de la mayores honores. Pablo expresa la importancia de la labor cuando escribe a Timoteo: "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina"(2 Ti 4:1, énfasis añadido). Otras versiones dictan: "te encargo solemnemente...". La solemnidad del encargo habla de la importancia de la tarea. Si Dios te llamó, responde al llamado.. Pero pon tu mayor esfuerzo por hacerlo bien.
Conclusión
Nuestro enfoque como iglesia debe estar firme en hacer discípulos de todas la naciones, nuestra tarea suprema. Y dado que la Gran Comisión trata acerca de predicar, es necesario hacerlo, y hacerlo bien; por ello necesitamos darle la mayor importancia. Traigamos de vuelta los púlpitos al centro de la vida de nuestras iglesias.
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