Corre el año 2024, y con él, mi segundo año como misionero. En Enero de 2023 comencé a ministrar en la Iglesia Bautista la Cruz de Cristo (IBCC), que se ubica en un pequeño ejido de mi localidad. No se llamaba así cuando iniciamos; en realidad nadie recordaba su nombre. Y es que esta congregación cuenta con una rica historia de alrededor de 60 años (en otros post la contaré más a detalle); sin embargo, cuando mi iglesia local me envió a ministrarla, la iglesia llevaba dos años sin funcionar. Comenzamos el primer servicio con tres asistentes del lugar.
Un misionero novato con un Dios experimentado
Me reconozco inexperto; pero he aprendido tantas cosas en este primer año que me gustaría contarte algunas. Tal vez eres un joven o jovencita a quien Dios está llamando al campo misionero y tienes dudas; tal vez eres un hermano que ama las misiones y te reconforta escuchar cómo Dios sigue obrando en lugares remotos; tal vez estás luchando con dudas sobre si Dios es fiel y se acuerda de tus necesidades. Si estás en alguno de estos casos, te agradará leer lo que Dios me enseñó durante mi primer año como misionero. Te comparto algunos de mis aprendizajes.
1) Dios acomoda las cosas
Experimenté la soberanía de Dios aún antes de iniciar mi ministerio. Tras un largo tiempo de comer ansias por servir ya como misionero, Dios hizo algo grandioso.
Sucedió así: una semana como cualquier otra pensé: “¿qué si de pronto comienzas a pastorear una congregación?” Había estado pensando por meses sobre cómo dividir un plan de enseñanzas y cosas semejantes, pero esa semana fue diferente. Pensé cosas como: ¿y si de un momento a otro comenzaras a dirigir una misión? ¿sabrías qué hacer? ¿cuál sería tu plan? ¿cómo trabajarías? ¿cuáles serían tus principios?, ¿qué enseñarías?, ¿cómo dividirías las enseñanzas para que la congregación reciba realmente la Palabra? No fueron pensamientos comunes. Fue como si en mi mente estallara una bomba de dudas e inquietudes.
Dormí casi nada esa semana. El tiempo, día y noche, se me escurría como agua entre los dedos buscando dar respuesta a las preguntas. Ahí, el Espíritu Santo me dio un curso intensivo sobre teología pastoral y sobre planeación de enseñanzas. Nada más ocupó mi mente fuera de esos dos temas. Leí como 6 libros en 5 días sobre el asunto e innumerables pasajes de la Biblia. Por un momento sentí que estaba enloqueciendo con todo eso. Hasta que el sábado, por fin... llegó la calma.
Formulé un plan para el ministerio y un plan de enseñanzas, que aunque (por supuesto) no eran perfectos, me dejaron satisfecho y con un mente clara sobre cómo podía comenzar en el hipotético y poco probable caso de que fuera llamado a otro lugar pronto.
El asunto es que al día siguiente, en la escuela dominical, una hermana recordaba el sermón del domingo pasado donde el predicador dijo que la iglesia debía esforzarse en la labor misionera. Ella añadió:
—Tenemos un joven con el llamado misionero —Refiriéndose a mí— y tenemos una misión que no está siendo atendida, ¿por qué no lo enviamos para que se encargue de ella? —En ese instante todas las horas de desvelo y meditación de esa semana vinieron a mi mente, y pensé: Dios me está llamando.
Lo cierto es que, por razones de fuerza mayor, durante la pandemia, esa misión fue desatendida involuntariamente por el misionero (estaba fuera del país cuando la cuarentena estalló y no pudo regresar). Hasta ese entonces, casi nada había escuchado yo de ese lugar. Algunas cuantas menciones de una tal misión en Ojo de Agua. Pero nada que me hiciera pensar en ella. Estaba fuera de mi radar. Incluso ni la curiosidad me despertaba. Eso hasta ese día...
Después del certero comentario de la hermana, los miembros presentes comenzaron a discutir la idea. Absortos en las implicaciones y posibilidades, hablando y escuchándose unos a otros, apenas me dirigeron la mirada, y nunca (creo) la palabra. Finalmente, les pareció bien.
—¿Tú qué opinas? —me preguntaron entonces, dando la sensación de que en la mente de todos, la decisión ya estaba tomada—.
—Si Dios me llama, estoy dispuesto. —Fueron las palabras que serenamente salieron de mi boca. Sabía que era de Dios, tenía la certeza. Dios me preparó. Preparó a los hermanos. Y finalmente (será tema de otro post) preparó las condiciones en el ejido para que pudieramos comenzar a trabajar ahí.
Ahora entiendo, de manera personal, que Dios acomoda las cosas. Lo mejor que podemos hacer es descansar en Su soberana voluntad y responder cuando Él llame. Si bien, debemos saber a qué nos llama. Lo que veremos en el segundo aprendizaje.
2) Dios nos llama a amar.
Cundo le preguntas a muchos cristianos sobre cuál es el principal mandamiento, te responderán con Mateo 28:28-20: “Hacer discípulos a todas las naciones”. Sin embargo, no es así. Esa es nuestra principal tarea o comisión. Pero en cuanto al mandamiento principal, la Biblia dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Éste es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:28).
Traducido al ministerio misional, todas las actividades deberían girar entorno a amar a la congregación y la comunidad por medio de: orar por ellos, predicarles y servirles. Es así como un ministro del evangelio guarda el mandamiento en el contexto de su congregación. Un amor verdadero es aquel que vela orando por el bienestar de su gente. Un verdadero amor es aquel que predica la Palabra que hará libre y alimentará a su rebaño. Un verdadero amor es aquel que pone sus dones, tiempo y esfuerzo al servicio de aquellos que llama prójimo.
Deseé ver todo esto reflejado cuando escribí mis metas en aquel plan de ministerio: “amar y servir a cada hermano de forma personal” (fue como lo redacté). No tenía demasiada claridad en cuánto a muchos detalles, pero estaba seguro que no quería un ministerio en donde los números, o los grandes logros y eventos fueran la meta.
Ahora, del dicho al hecho hay un gran trecho. Es más facil decirlo que hacerlo. Sin duda, amar es el mayor reto que Dios nos propuso, la más arriesgada empresa. Amar es exponerte. Amar es ser vulnerable. Amar es darlo todo. Nada que sea menos que esto se acerca a las palabras: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
No así, empero, cuando el objeto de mi amor soy yo mismo. ¡Qué amor tan obsesivo compulsivo tengo por mí mismo! Si pudiera elegir entre eliminar todos los problemas externos de mi ministerio y eliminar mi amor por mí mismo, me sería más útil eliminar lo segundo ¡Oh! ¡Si quisieran quitarme de encima a mi peor enemigo tendrían que matarme! Cuán pesado es luchar contra un enemigo que lleva mi mismo nombre, historia y hasta apariencia. Cuán dificil es luchar contra el yo, y amar a otro como a mí mismo.
Sin embargo, gracias a Dios, “que es rico en misericordia”, porque “por su gran amor con que nos amó, aun estando muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:4-5). De ser un egoísta empedernido, mi corazón comenzó a dar destellos de amor cada vez mayores hacia aquellos que Cristo me ordenó llamar prójimo, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5b). Ahora podemos amarlo a Él y amar al prójimo “...porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19).
Además, en esto tengo una gran ventaja: Dios me suplió con la mejor iglesia que un misionero podría imaginar (tal vez muchos misioneros dicen lo mismo pero es totalmente sincero) . Es fácil amar a esos hermanos; personas deseosas de aprender más de la Biblia y dispuestas a ayudar y servir, sensibles a mis necesidades aun cuando no se las hago saber. Hermanos que se aseguran de decirme: “estamos con usted”, “la decisión que tome lo apoyamos”.
Aunque los principales mandamientos siguen siendo los más difíciles de guardar. La lucha contra el yo no ha terminado, continuará “hasta el día de Jesucristo”. Dios nos llama a amar, y vale la pena dedicar toda una vida al simple mandamiento: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Pero amar no solo es difícil por el mero hecho de que nos amamos a nosotros mismos más, sino porque hacerlo requiere un sacrificio. El que ama toma la iniciativa siempre de sacrificarse por el otro. A eso lo llamamos también liderazgo. Así pasamos al siguiente aprendizaje.
3) Liderazgo es tomar las decisiones difíciles
Al comenzar mi ministerio en la IBCC, pensé en el fondo que tenía lo necesario para liderear. Pensaba que era ese líder nato que en un año llevaría al ejido entero a encontrar la salvación en Cristo. En este mundo todos deseamos ser líderes. Sin embargo, no todos lo somos, ni entendemos lo que significa serlo. Sin duda, liderear es un gran privilegio que está reservado para unos pocos. Pero, ¿Por qué? ¿Es que solo una estirpe exclusivista puede lograrlo? No. En realidad, cualquiera puede llegar a ser un buen líder. Pero ser líder implica un gran sacrificio, uno que no todos están dispuestos a sufrir. No es solo un privilegio, sino también una responsabilidad. La responsabilidad de tomar las decisiones difíciles.
En realidad es así como la gente reconoce a un líder cuando lo ve. Los líderes son aquellos con la habilidad de ver las necesidades de los demás y sufren esa carga por ayudar a solucionarlos. Ese hombre que viendo los problemas no espera que otro se haga cargo. Aquel que entiende (en palabras de Santiago Benavides) “que vivir para sí mismo es perder la mejor parte” y que “el que no vive para servir no sirve para vivir”. Un líder así es rápidamente identificado por los que lo rodean. Cuando un arbol como este crece, pronto muchos arbustos crecerán bajo su sombra.
Para ello, el líder requiere tener carácter. El carácter se desarrolla en los tiempos difíciles (1 Corintios 5:3-4). De modo que un líder es alguien cuyo temple ha sido forjado en las ascuas de la adversidad. Alguien que ha sabido aprovechar sus tribulaciones para desarrollar entereza (Romanos 5:3-4). Alguien que no ha rehuido de tomar aquellas decisiones que, por su complejidad, otros no quisieron tomar. Alguien que resiste las llamas, cuando entra a rescatar a otro del incencdio. En palabras simples, un líder es el que tiene el carácter de Jesucristo (Hebreos 2:9-18).
Por supuesto, al terminar el año me di cuenta que estoy lejos de ser ese líder. Pero también me di cuenta que, por Su gracia, Dios comenzó a convertirme en uno. Talvez mi mayor lucha fue (y sigue siendo) poner las necesidades de los otros por encima de mí. Mi carne quiere el puesto y el reconocimiento, pero no el sacrificio y la responsabilidad. Gracias a Dios que mi espíritu quiere servir. Este 2024, ese ha sido uno de mis objetivos, animarme a tomar las decisiones difíles; y en Cristo, ayudar a resolver necesidades de los demás en oración.
Ahora bien, cuando ayudas a otros, necesitas que tus propias necesidades sean suplidas. Eso nos lleva al cuarto aprendizaje.
4) Dios suple
No recuerdo cuántas veces he sudado con temor ante la incertidumbre de no tener lo necesario para la obra. Sin embargo, la Biblia me ha ayudado poderosamente aquí. Filipenses 4:19 dice: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Aquí hay riqueza para el cristiano, y no hablo de evangelio de la prosperidad. La mayor riqueza es teológica.
Primero, si eres cristiano, puedes llamar a Dios “mi Dios”. Nota la confianza con la que habla Pablo. Es como si dijera: tranquilos, conozco a mi Dios; Él les va suplir; quiere y puede hacerlo. Ningun ser humano en el mundo a excepción de los cristianos, puede dirigirse a Dios de esa manera. Ese es un privilegio exlusivo para aquellos por quienes Cristo murió. No que Él no sea Dios de toda la creación; pero, esa cercanía está reservada a aquellos que se aproximan solo por medio de Jesús (Juan 1:12).
Lastima que muchas veces lo olvidamos… Me avergüenza decir que sufro de una enfermedad que podríamos denominar “amnesia espiritual” (Santiago Benavides la describe en su canción “Se me olvida”). ¡Y es que se me olvida lo bueno que Dios ha sido conmigo! ¡Oh, si tuviera memoria de todas sus misericordias! ¡Si en cada prueba pudiera recordar el carácter del Dios que me ha librado tantas veces! ¡No volvería a temerle a nada! ¡No volvería a quejarme! ¡No volvería a poner excusas para servir a otros!
Por cierto, te recomiendo algo que comencé a practicar hace no mucho. Escribe cada petición que tengas, siendo lo más específico posible, para que luego le pongas una aspita a la petición una vez que Dios la haya respondido. Deberías ver cuántas aspitas he juntado en tan poco tiempo. Se está convirtiendo en un hobby. Porque es solo cuando entiendes que “tu Dios” no te dejará (Hebreos 13:5) que comienzas a disfrutar el servir sin preocuparte por lo demás.
De hecho, esa es promesa. 2 Corintios 9:8 lo dice: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”. ¿Cuál es la promesa? Que Dios te dará siempre lo suficiente para que sirvas a otros. Jamás te pedirá que hagas algo que no puedes hacer. Agustín de Hiponna lo escribió así: “Dame lo que pides, y pídeme lo que quieras”. Así es Dios. ¿Qué haces escatimando tu servicio porque “no tienes para hacerlo”? Si Dios quiere que lo hagas, da el primer paso, Él se encargará del resto.
Aquí el asunto es de fe. ¿Te avientas a obedecer aunque no estés seguro de cómo vas a tener lo necesario para lograrlo? ¿O necesitas ver todo cubierto o tener de sobra para poder dar el paso?
Este problema lo enfrentaba la iglesia de Corinto. Algunos tenían el deseo de dar, pero talvez tenían miedo, o pensaban (como algunos de nosotros): “cuando tenga tanto dinero, tiempo, etc., voy a dar/servir”. Pablo los anima con las siguientes palabras: “Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8:12). Es decir, toma acción y haz lo que puedes con lo que tienes.
En mi experiencia como misionero hasta la fecha, puedo decirte: no tienes de qué preocuparte. Sólo asegúrate de estar realmente haciendo Su voluntad. Por lo demás, mi Dios te suplirá todo lo que te falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.
Un último aprendizaje resuena en mi mente que no puedo dejar de compartirte a manera de conclusión.
Dios permanece fiel
Después del primer año solo puedo decir eso: Dios ha sido fiel. Me gustaría poder decir lo mismo de mí hacia Él, pero no es así. Al contemplar mi propio pecado y carácter endeble, solo puedo explotar en agradecimiento por Sus tantas misericordias al guardarme y preservarme en el ministerio. ¡Oh, si no fuera por Su gracia salvadora! Gracia que santifica y transforma. Sólo por Él estoy aquí. ¡A Él y solo a Él sea la gloria! Gloria sea a Cristo, porque todas las promesas son Él, sí, y en Él, amén. Gracias a Dios, por Su don inefable.
Quiero que este escrito sea testimonio de ello. ¡Dios es fiel!