lunes, 21 de octubre de 2024

Pecador y Misionero: la batalla interior y la gracia divina


¿Piensas que un misionero o un pastor es un superhombre? Un cristiano espiritual sin apenas fallos. Se equivoca solo cuando escoge una leche caducada. Nunca está triste, él siempre sonríe a todos y los anima. Por ningún motivo llegaría a ser tentado como cualquiera de nosotros, ¿no? Bueno, lamento desilusionarte, la realidad es que el misionero es un hombre pecador.

Por supuesto, la Biblia enseña que el ministro debe ser irreprensible. Y eso abarca carácter, conducta y habilidades. Un pastor o misionero que no es irreprensible no debe ser pastor. Y hay muchos pastores (los puestos por Dios) que sí son irreprensibles. Pero irreprochabilidad no significa perfección. No es una vida libre de luchas, tentaciones, tristezas o caídas. No significa un cristiano superior al resto, sino simplemente, un cristiano verdadero.

La desdicha 

Como cristiano verdadero (tal como el resto), la carrera es difícil. La obediencia a Dios, sosteniendo una lucha contra la carne, no es solo pesada, ¡sino imposible si no fuera por la gracia de Cristo! Cada paso que da le hace olvidar lo durísimo del anterior, solo porque este lo sintió peor. Y, en realidad, la mayor dificultad no son las circunstancias externas, sino su propia tendencia al mal, su carne.

Dios no provoca esto, no nos da un camino tortuoso, ni nos invita a pecar para que andemos cabizbajos. Él lo hizo todo sencillo y deleitoso. Nos creó rectos, "pero ellos buscaron muchas perversiones", dice Eclesiastés 7:29. No es Dios quien me lo pone difícil, soy yo. Si no fuera porque la salvación es enteramente por gracia de Dios y por el sacrificio de Cristo en la cruz, ninguno sería salvo.

Pero, una vez que Dios nos salva, comienza también a limpiar todo ese pecado que hay en nosotros. Inicia una encarnizada lucha contra la carne y el pecado. En Su soberana voluntad, nos permite andar por este camino empedrado que, en sí, nosotros elegimos. Duele cada paso, es agotador, y no pareciera tener final.

¡Oh, cuánto deseara librarme de esta carne! Carne rancia y tóxica. Naturaleza celosa y envidiosa, que sabe que no heredará la vida futura, por eso no quiere dejarme llegar allá. Es como un ciempiés que se aferra a mí y me inyecta su doloroso veneno. Es como sanguijuelas que me quitan vitalidad y me dejan débil y sin ánimo. ¡Oh, qué gozo cuando logro sacar una de ellas, aunque sepa que muchas más siguen pegadas! Quisiera removerlas todas a la vez, mas no puedo. Me desgasto y desanimo, aun sabiendo que Dios me despoja cada día de ellas.

Lo peor de esta plaga, es que la plaga soy yo mismo. Algo que te mantiene de pie en cualquier lucha es recordar el peligro que quieres erradicar, odias al enemigo intensamente y deseas que desaparezca; pero ¿qué cuando el enemigo eres tú? ¿Qué cuando recuerdas que no eres la victima sino el agresor, cuando voluntariamente levantaste tu voz para ofender a Dios?

Todo esto es peor cuando eres líder espiritual. Deseas estar libre de aquellas cosas que denuncias en otros, y lo intentas genuinamente, pero nunca es suficiente. Esa es la vida real de un misionero: un ser que lucha, primero que nada, consigo mismo. Alguien que querría dedicarse todos los días a derribar las puertas del Hades; pero que, mayormente, se mantiene ocupado tumbando las puertas de su propio orgullo y concupiscencia.

¿No es miserable una vida así? Vivir predicando contra el pecado que aún se hace presente en tu vida. Es duro, sí, pero no miserable. Gracias a Dios que, con esas brasas, Él forja metales preciosos.

La dicha

Qué dicha es ser misionero, aun en un estado así. Esta lucha contra la carne también es una ventaja tremenda. No imagino cómo un hombre soportaría dejar su casa, su tierra, su vida, si no tuviera nada en común con la gente a la que va a ministrar. Sin embargo, el misionero es un pecador igual que ellos. Es un mendigo necesitado igual que ellos. La diferencia:  ha encontrado pan y ahora corre a decirle a todos dónde hallarlo.

Un misionero que lucha contra el pecado en su propia vida (y aclaro que no es lo mismo vivir en pecado, que luchar en verdad contra él), entiende a los pobres pecadores a quienes va a rescatar. No le dice a otro que los saque del pozo en el que están para no ensuciarse él mismo; sino que mete la mano en el fango y estira fuertemente, pues recuerda con claridad lo que se siente estar ahí.

Un hombre que lucha contra su propia carne es alguien que no odia a otro pecador por su pecado; sino uno que odia al pecado de él, tanto como al suyo propio, porque lo conoce.

También es una dicha, porque ser pastor (o misionero) es una actividad muy peligrosa en términos de orgullo. Son largos días los que me ha tomado darme cuenta que estoy lleno de soberbia, vanagloria y autosuficiencia (otra vez). Eso se va acumulando, se va alimentando, y todo sin saberlo... ¡aún con las cosas buenas! Me siento tan ridículo cuando me encuentro adulándome yo mismo por un solo acierto que tuve; el cual, ni me agregó justicia a la que Cristo me dio, ni me hizo menos merecedor del infierno, y ni aún lo hice con un corazón perfecto (muchas veces, sin darme cuenta, lo hago para ser visto).

Pues bien, la dicha de luchar contra mi carne es que me recuerda quién soy yo. No tengo manera de gloriarme en nada de lo que he hecho por Dios... ni antes ni después de ser salvo, y ni aun siendo pastor. Soy tan solo un cabrito rebelde, convertido en oveja, a quien (por si fuera poco) le dieron el honor de pastorear a algunas de ellas. Esa es mi historia. 

Me gustaría poder recordar eso cada día, y que no se me olvidara en ningún momento. Sin embargo, esta lección parece como esos mensajes que se autodestruyen después de 5 minutos. Y Dios tiene que reenviarlo una y otra vez.

¡Qué cansado, sí! ¡Pero, qué seguro! Si Dios no me permitiera experimentar esta encarnizada lucha contra mí mismo, y me dejara ser un pecador ajeno al dolor que toma retirarlo, estaría tan lejos de Su gracia, como el Este lo está del Oeste.

El ancla

Sin embargo, aun entendiendo que sentir el dolor de esa lucha es una bendición, el pecado aún provoca que me desanime. A menudo vuelvo a gritar a Dios: "¡Vuélveme al gozo de tu salvación!" Pero cuando las garras de la tristeza por el pecado arañan mi puerta: recuerdo y me reconforto con el siguiente texto.

"El que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6). Así lo aseguró el apóstol, inspirado por Aquél mismo Espíritu que cumplirá la promesa.

Tengo una congregación que dirigir. La única manera de llegar al final de la carrera es que el Dios de gracia cumpla esa promesa y me dé el poder para lograrlo. Si esa promesa no existiera. Yo no estaría aquí. Ni si quiera lo intentaría. Es una derrota segura sin esperanza. Pero la promesa está. Entonces, lo seguro es la victoria. Esa es mi ancla.

Quiero que mi iglesia vea eso. El ejemplo de alguien que vive lo que predica. Alguien que libra las mismas batallas que a ellos los invita a luchar. No un robot sin fallas, pero también sin emociones. Un hombre que depende de Dios tanto como ellos. Y que los apoya solo porque se encuentra luchando en la misma trinchera.

Misionero, toma esta ancla y resiste el oleaje. Levántate y continúa luchando. Agarra la espada y derrota tus pecados en el poder de Cristo.

Por favor, Señor, cumple esa promesa en mí. Quiero ser como Cristo. Que las ovejas que me diste para cuidarlas escuchen la voz de su verdadero Pastor a través de mí.

En el blog Vida Cristiana en Misión comparto historias de hombres y mujeres reales que se han entregado a la misión de rescatar a los perdidos y exaltar el nombre de Dios en todo el mundo. También comparto reflexiones como esta. Déjame tu comentario para saber si te gustó. Y, si es así, compártelo con otros.


viernes, 13 de septiembre de 2024

Qué aprendí en mi primer año de misionero



Corre el año 2024, y con él, mi segundo año como misionero. En Enero de 2023 comencé a ministrar en la Iglesia Bautista la Cruz de Cristo (IBCC), que se ubica en un pequeño ejido de mi localidad. No se llamaba así cuando iniciamos; en realidad nadie recordaba su nombre. Y es que esta congregación cuenta con una rica historia de alrededor de 60 años (en otros post la contaré más a detalle); sin embargo, cuando mi iglesia local me envió a ministrarla, la iglesia llevaba dos años sin funcionar. Comenzamos el primer servicio con tres asistentes del lugar.

Un misionero novato con un Dios experimentado

Me reconozco inexperto; pero he aprendido tantas cosas en este primer año que me gustaría contarte algunas. Tal vez eres un joven o jovencita a quien Dios está llamando al campo misionero y tienes dudas; tal vez eres un hermano que ama las misiones y te reconforta escuchar cómo Dios sigue obrando en lugares remotos; tal vez estás luchando con dudas sobre si Dios es fiel y se acuerda de tus necesidades. Si estás en alguno de estos casos, te agradará leer lo que Dios me enseñó durante mi primer año como misionero. Te comparto algunos de mis aprendizajes.

1) Dios acomoda las cosas

Experimenté la soberanía de Dios aún antes de iniciar mi ministerio. Tras un largo tiempo de comer ansias por servir ya como misionero, Dios hizo algo grandioso.

Sucedió así: una semana como cualquier otra pensé: “¿qué si de pronto comienzas a pastorear una congregación?” Había estado pensando por meses sobre cómo dividir un plan de enseñanzas y cosas semejantes, pero esa semana fue diferente. Pensé cosas como: ¿y si de un momento a otro comenzaras a dirigir una misión? ¿sabrías qué hacer? ¿cuál sería tu plan? ¿cómo trabajarías? ¿cuáles serían tus principios?, ¿qué enseñarías?, ¿cómo dividirías las enseñanzas para que la congregación reciba realmente la Palabra? No fueron pensamientos comunes. Fue como si en mi mente estallara una bomba de dudas e inquietudes.

Dormí casi nada esa semana. El tiempo, día y noche, se me escurría como agua entre los dedos buscando dar respuesta a las preguntas. Ahí, el Espíritu Santo me dio un curso intensivo sobre teología pastoral y sobre planeación de enseñanzas. Nada más ocupó mi mente fuera de esos dos temas. Leí como 6 libros en 5 días sobre el asunto e innumerables pasajes de la Biblia. Por un momento sentí que estaba enloqueciendo con todo eso. Hasta que el sábado, por fin... llegó la calma.

Formulé un plan para el ministerio y un plan de enseñanzas, que aunque (por supuesto) no eran perfectos, me dejaron satisfecho y con un mente clara sobre cómo podía comenzar en el hipotético y poco probable caso de que fuera llamado a otro lugar pronto.

El asunto es que al día siguiente, en la escuela dominical, una hermana recordaba el sermón del domingo pasado donde el predicador dijo que la iglesia debía esforzarse en la labor misionera. Ella añadió:

—Tenemos un joven con el llamado misionero —Refiriéndose a mí— y tenemos una misión que no está siendo atendida, ¿por qué no lo enviamos para que se encargue de ella? —En ese instante todas las horas de desvelo y meditación de esa semana vinieron a mi mente, y pensé: Dios me está llamando.

Lo cierto es que, por razones de fuerza mayor, durante la pandemia, esa misión fue desatendida involuntariamente por el misionero (estaba fuera del país cuando la cuarentena estalló y no pudo regresar). Hasta ese entonces, casi nada había escuchado yo de ese lugar. Algunas cuantas menciones de una tal misión en Ojo de Agua. Pero nada que me hiciera pensar en ella. Estaba fuera de mi radar. Incluso ni la curiosidad me despertaba. Eso hasta ese día...

Después del certero comentario de la hermana, los miembros presentes comenzaron a discutir la idea. Absortos en las implicaciones y posibilidades, hablando y escuchándose unos a otros, apenas me dirigeron la mirada, y nunca (creo) la palabra. Finalmente, les pareció bien.

—¿Tú qué opinas? —me preguntaron entonces, dando la sensación de que en la mente de todos, la decisión ya estaba tomada—.

—Si Dios me llama, estoy dispuesto. —Fueron las palabras que serenamente salieron de mi boca. Sabía que era de Dios, tenía la certeza. Dios me preparó. Preparó a los hermanos. Y finalmente (será tema de otro post) preparó las condiciones en el ejido para que pudieramos comenzar a trabajar ahí.

Ahora entiendo, de manera personal, que Dios acomoda las cosas. Lo mejor que podemos hacer es descansar en Su soberana voluntad y responder cuando Él llame. Si bien, debemos saber a qué nos llama. Lo que veremos en el segundo aprendizaje.

2) Dios nos llama a amar.

Cundo le preguntas a muchos cristianos sobre cuál es el principal mandamiento, te responderán con Mateo 28:28-20: “Hacer discípulos a todas las naciones”. Sin embargo, no es así. Esa es nuestra principal tarea o comisión. Pero en cuanto al mandamiento principal, la Biblia dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Éste es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:28).

Traducido al ministerio misional, todas las actividades deberían girar entorno a amar a la congregación y la comunidad por medio de: orar por ellos, predicarles y servirles. Es así como un ministro del evangelio guarda el mandamiento en el contexto de su congregación. Un amor verdadero es aquel que vela orando por el bienestar de su gente. Un verdadero amor es aquel que predica la Palabra que hará libre y alimentará a su rebaño. Un verdadero amor es aquel que pone sus dones, tiempo y esfuerzo al servicio de aquellos que llama prójimo.

Deseé ver todo esto reflejado cuando escribí mis metas en aquel plan de ministerio: “amar y servir a cada hermano de forma personal” (fue como lo redacté). No tenía demasiada claridad en cuánto a muchos detalles, pero estaba seguro que no quería un ministerio en donde los números, o los grandes logros y eventos fueran la meta.

Ahora, del dicho al hecho hay un gran trecho. Es más facil decirlo que hacerlo. Sin duda, amar es el mayor reto que Dios nos propuso, la más arriesgada empresa. Amar es exponerte. Amar es ser vulnerable. Amar es darlo todo. Nada que sea menos que esto se acerca a las palabras: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

No así, empero, cuando el objeto de mi amor soy yo mismo. ¡Qué amor tan obsesivo compulsivo tengo por mí mismo! Si pudiera elegir entre eliminar todos los problemas externos de mi ministerio y eliminar mi amor por mí mismo, me sería más útil eliminar lo segundo ¡Oh! ¡Si quisieran quitarme de encima a mi peor enemigo tendrían que matarme! Cuán pesado es luchar contra un enemigo que lleva mi mismo nombre, historia y hasta apariencia. Cuán dificil es luchar contra el yo, y amar a otro como a mí mismo.

Sin embargo, gracias a Dios, “que es rico en misericordia”, porque “por su gran amor con que nos amó, aun estando muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:4-5). De ser un egoísta empedernido, mi corazón comenzó a dar destellos de amor cada vez mayores hacia aquellos que Cristo me ordenó llamar prójimo, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5b). Ahora podemos amarlo a Él y amar al prójimo “...porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

Además, en esto tengo una gran ventaja: Dios me suplió con la mejor iglesia que un misionero podría imaginar (tal vez muchos misioneros dicen lo mismo pero es totalmente sincero) . Es fácil amar a esos hermanos; personas deseosas de aprender más de la Biblia y dispuestas a ayudar y servir, sensibles a mis necesidades aun cuando no se las hago saber. Hermanos que se aseguran de decirme: “estamos con usted”, “la decisión que tome lo apoyamos”.

Aunque los principales mandamientos siguen siendo los más difíciles de guardar. La lucha contra el yo no ha terminado, continuará “hasta el día de Jesucristo”. Dios nos llama a amar, y vale la pena dedicar toda una vida al simple mandamiento: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Pero amar no solo es difícil por el mero hecho de que nos amamos a nosotros mismos más, sino porque hacerlo requiere un sacrificio. El que ama toma la iniciativa siempre de sacrificarse por el otro. A eso lo llamamos también liderazgo. Así pasamos al siguiente aprendizaje.

3) Liderazgo es tomar las decisiones difíciles

Al comenzar mi ministerio en la IBCC, pensé en el fondo que tenía lo necesario para liderear. Pensaba que era ese líder nato que en un año llevaría al ejido entero a encontrar la salvación en Cristo. En este mundo todos deseamos ser líderes. Sin embargo, no todos lo somos, ni entendemos lo que significa serlo. Sin duda, liderear es un gran privilegio que está reservado para unos pocos. Pero, ¿Por qué? ¿Es que solo una estirpe exclusivista puede lograrlo? No. En realidad, cualquiera puede llegar a ser un buen líder. Pero ser líder implica un gran sacrificio, uno que no todos están dispuestos a sufrir. No es solo un privilegio, sino también una responsabilidad. La responsabilidad de tomar las decisiones difíciles.

En realidad es así como la gente reconoce a un líder cuando lo ve. Los líderes son aquellos con la habilidad de ver las necesidades de los demás y sufren esa carga por ayudar a solucionarlos. Ese hombre que viendo los problemas no espera que otro se haga cargo. Aquel que entiende (en palabras de Santiago Benavides) “que vivir para sí mismo es perder la mejor parte” y que “el que no vive para servir no sirve para vivir”. Un líder así es rápidamente identificado por los que lo rodean. Cuando un arbol como este crece, pronto muchos arbustos crecerán bajo su sombra.

Para ello, el líder requiere tener carácter. El carácter se desarrolla en los tiempos difíciles (1 Corintios 5:3-4). De modo que un líder es alguien cuyo temple ha sido forjado en las ascuas de la adversidad. Alguien que ha sabido aprovechar sus tribulaciones para desarrollar entereza (Romanos 5:3-4). Alguien que no ha rehuido de tomar aquellas decisiones que, por su complejidad, otros no quisieron tomar. Alguien que resiste las llamas, cuando entra a rescatar a otro del incencdio. En palabras simples, un líder es el que tiene el carácter de Jesucristo (Hebreos 2:9-18).

Por supuesto, al terminar el año me di cuenta que estoy lejos de ser ese líder. Pero también me di cuenta que, por Su gracia, Dios comenzó a convertirme en uno. Talvez mi mayor lucha fue (y sigue siendo) poner las necesidades de los otros por encima de mí. Mi carne quiere el puesto y el reconocimiento, pero no el sacrificio y la responsabilidad. Gracias a Dios que mi espíritu quiere servir. Este 2024, ese ha sido uno de mis objetivos, animarme a tomar las decisiones difíles; y en Cristo, ayudar a resolver necesidades de los demás en oración.

Ahora bien, cuando ayudas a otros, necesitas que tus propias necesidades sean suplidas. Eso nos lleva al cuarto aprendizaje.

4) Dios suple

No recuerdo cuántas veces he sudado con temor ante la incertidumbre de no tener lo necesario para la obra. Sin embargo, la Biblia me ha ayudado poderosamente aquí. Filipenses 4:19 dice: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Aquí hay riqueza para el cristiano, y no hablo de evangelio de la prosperidad. La mayor riqueza es teológica.

Primero, si eres cristiano, puedes llamar a Dios “mi Dios”. Nota la confianza con la que habla Pablo. Es como si dijera: tranquilos, conozco a mi Dios; Él les va suplir; quiere y puede hacerlo. Ningun ser humano en el mundo a excepción de los cristianos, puede dirigirse a Dios de esa manera. Ese es un privilegio exlusivo para aquellos por quienes Cristo murió. No que Él no sea Dios de toda la creación; pero, esa cercanía está reservada a aquellos que se aproximan solo por medio de Jesús (Juan 1:12).

Lastima que muchas veces lo olvidamos… Me avergüenza decir que sufro de una enfermedad que podríamos denominar “amnesia espiritual” (Santiago Benavides la describe en su canción “Se me olvida”). ¡Y es que se me olvida lo bueno que Dios ha sido conmigo! ¡Oh, si tuviera memoria de todas sus misericordias! ¡Si en cada prueba pudiera recordar el carácter del Dios que me ha librado tantas veces! ¡No volvería a temerle a nada! ¡No volvería a quejarme! ¡No volvería a poner excusas para servir a otros!

Por cierto, te recomiendo algo que comencé a practicar hace no mucho. Escribe cada petición que tengas, siendo lo más específico posible, para que luego le pongas una aspita a la petición una vez que Dios la haya respondido. Deberías ver cuántas aspitas he juntado en tan poco tiempo. Se está convirtiendo en un hobby. Porque es solo cuando entiendes que “tu Dios” no te dejará (Hebreos 13:5) que comienzas a disfrutar el servir sin preocuparte por lo demás.

De hecho, esa es promesa. 2 Corintios 9:8 lo dice: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”. ¿Cuál es la promesa? Que Dios te dará siempre lo suficiente para que sirvas a otros. Jamás te pedirá que hagas algo que no puedes hacer. Agustín de Hiponna lo escribió así: “Dame lo que pides, y pídeme lo que quieras”. Así es Dios. ¿Qué haces escatimando tu servicio porque “no tienes para hacerlo”? Si Dios quiere que lo hagas, da el primer paso, Él se encargará del resto.

Aquí el asunto es de fe. ¿Te avientas a obedecer aunque no estés seguro de cómo vas a tener lo necesario para lograrlo? ¿O necesitas ver todo cubierto o tener de sobra para poder dar el paso?

Este problema lo enfrentaba la iglesia de Corinto. Algunos tenían el deseo de dar, pero talvez tenían miedo, o pensaban (como algunos de nosotros): “cuando tenga tanto dinero, tiempo, etc., voy a dar/servir”. Pablo los anima con las siguientes palabras: “Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8:12). Es decir, toma acción y haz lo que puedes con lo que tienes.

En mi experiencia como misionero hasta la fecha, puedo decirte: no tienes de qué preocuparte. Sólo asegúrate de estar realmente haciendo Su voluntad. Por lo demás, mi Dios te suplirá todo lo que te falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

Un último aprendizaje resuena en mi mente que no puedo dejar de compartirte a manera de conclusión.

Dios permanece fiel

Después del primer año solo puedo decir eso: Dios ha sido fiel. Me gustaría poder decir lo mismo de mí hacia Él, pero no es así. Al contemplar mi propio pecado y carácter endeble, solo puedo explotar en agradecimiento por Sus tantas misericordias al guardarme y preservarme en el ministerio. ¡Oh, si no fuera por Su gracia salvadora! Gracia que santifica y transforma. Sólo por Él estoy aquí. ¡A Él y solo a Él sea la gloria! Gloria sea a Cristo, porque todas las promesas son Él, sí, y en Él, amén. Gracias a Dios, por Su don inefable.

Quiero que este escrito sea testimonio de ello. ¡Dios es fiel! 

miércoles, 26 de junio de 2024

¿Sueñas con el reino de Dios o con el tuyo?


 


"...Santificado sea Tu Nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:9b-10).

Estas tres peticiones se encuentran justo al inicio de la oración del Señor, apenas después de nombrar a Dios como "Padre nuestro que estás en los cielos". Se sitúan antes de pedir por las necesidades, antes de pedir por fortaleza contra la tentación, incluso antes de pedir perdón. Como si en la mente de nuestro Señor Jesucristo no hubiera petición o deseo más grande que estos tres.

3 peticiones centradas en Dios

Es curioso pensar que la oración que Jesús nos enseñó, no se enfoca en lo que nosotros necesitamos de Dios. No plantea la oración como el instrumento para manejar a Dios a nuestro antojo. Más bien comienza con adoración. 

Ya que Jesús les dio tanto énfasis a estas tres peticiones centradas en Dios, yo me pregunto: ¿Qué tan seguido las incluyes si quiera en tus oraciones? Cuando vas a orar, ¿lo haces con el anhelo por ellas o por lo que quieres conseguir de Dios? ¿Realmente entiendes lo que estas peticiones significan? Veámoslas más detenidamente:

Santificado sea Tu Nombre

Una traducción más literal diría algo como "santifica Tu Nombre". Este es un anhelo de aquellos que han visto y probado la grandeza del nombre de Dios, y no soportan ver a la gente corriendo de aquí para allá, ignorando al que los creó con poder. Santifica tu nombre es un fervor por ver el Nombre de Dios enaltecido y exaltado sobre todas las naciones.

Venga tu reino

Aquellos que han sido hechos participantes del reino de Cristo, por medio de Su sangre, ahora ya NO son de este mundo (Filipenses 3:20; Juan 17:14). Tienen otra patria y la desean. Quieren ver a Cristo reinando, primero en Sus corazones, por lo cual odian desear este mundo (1 Juan 2:15-17); y luego en el mundo entero. Un seguidor verdadero tiene una desesperación por ver a Cristo reinando en todo lugar, en todo pueblo, y en toda lengua.

Hágase Tu voluntad

Así mismo, un cristiano buscará, sobre todo, que la voluntad de Dios se haga: en él mismo y también en el mundo. Si te fijas cada petición tiene un doble énfasis (en ti y en el mundo). Tienes que comenzar deseándolo tú para ti y, entonces, querrás compartirlo también con otros.

Una vida centrada en nosotros

El pecado es esencialmente un acto de rebelión contra Dios. Es quererlo quitar de enmedio y ponernos nosotros. Cada vez que pecamos estamos, por así decirlo, levantando el puño contra Dios y diciéndole: Yo haré grande mi nombre, no el tuyo; estableceré mi reino en la tierra, no el tuyo; y haré mi voluntad, no la tuya.

Este es el gran ídolo de tu corazón: tú mismo. Si escarbas un poco en tu conciencia, recordarás que efectivamente gran parte de tus sueños (talvez todos) se enfocan en esas tres cosas para ti mismo.

Si eres incrédulo; es decir, si Jesucristo no te ha salvado de tus pecados, este ídolo del "yo" es una forma de expresar ese pecado por el cual Dios te juzgará. Si eres creyente, deberás estar luchando ahora mismo contra este enemigo acérrimo.

Una oración para soñar en grande

Así que, sé sincero, ¿últimamente has orado o deseado que la fama, el reino y la voluntad de Dios se extiendan en tu vida y en el mundo?, ¿has dedicado tu tiempo y esfuerzo a colaborar para que se cumplan? Si no es así, es probable que estés intentando establecer tu propio reino, engrandecer tu propio nombre y hacer tu propia voluntad. Es quizás hora de reconocerlo y pedir perdón.

Si no lo has hecho, hoy puedes pedir perdón a Dios por todos tus pecados. Pídele a Jesús que te salve de ellos, y te dé vida eterna. Si hoy pones tu confianza en Jesús para que te salve, Él lo hará. Y entonces, comenzarás a sentir un deseo cada vez mayor de que la gloria, el reino y la voluntad de Dios se extiendan.

 ¿Quieres soñar en grande? Sueña con el reino de Dios. Dedícate a extenderlo en la tierra, predica el evangelio, y dedica tus recursos para ello. Haz grande el nombre de Dios en tu vida. Pídele que esas tres peticiones sean las primeras en tus oraciones. Pídele que te dé sueños en grande. Pídele que Él sea tu sueño.

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martes, 4 de junio de 2024

3 pruebas contundentes de que Jesús es Dios



 ¡Gloria a Jesús, el Señor y Salvador! Esta es una frase que sale de mi corazón, y me alegra poder gritarla a los cuatro vientos, haciéndola resonar en cualquier lugar en el que me encuentre. Sé que estoy de acuerdo con la Biblia cuando la digo, y sé que Dios se glorifica al escucharlo. Te invito a expresarla con fe y alegría también. Pero debes saber algo, solo puedes decirla con conciencia tranquila… si crees que Jesús es Dios.

Si tú no crees esa última afirmación, talvés leerlo cayó como una helada desilusión que apagó la emoción que sentías al leerla. Pero te invito a que antes de que cierres la página, analices conmigo la Biblia para ver si lo que digo es verdad. Sí soy yo el que habla, no tendrá importancia, y si es la Biblia, ¿cómo dejar de leer cuando habla la Biblia? Así mismo, si tú sí crees que Jesús es Dios, quedate y deléitate en esta preciosa doctrina.

¡Gloria a Jesús, el Señor y Salvador!

Si sigues leyendo, significa que has decidido quedarte, me da gusto. Ahora vayamos al grano. Si desmenuzamos esa frase que leíste al principio, obtenemos tres palabras claves (gloria, Señor y Salvador). A partir de esas palabras voy a darte en este artículo 3 pruebas contundentes de que Jesús es Dios.

1) Jesús recibe gloria y adoración.

En toda la Biblia, el único que recibe gloria y adoración es Dios. Él es muy enfático en Isaías 42:10 cuando dice: “Yo Jehová; éste es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas (énfasis añadido). Sabemos que Dios nos creó enteramente para Su gloria y eso espera recibir de Sus criaturas (Isaías 43:7; Romanos 1:21-25). Ni aún si cambiamos la palabra por otra más suave como “honra” podemos recibirla en lugar de Dios, pues dice: “… y mi honra no la daré a otro” (Isaías 48:11). De modo que es claro, Dios es un Dios celoso (Éxodo 34:14) que no permitirá que otro se apropie de la gloria que sólo a Él le pertenece. Tal como le sucedió a Herodes que expiró comido por gusanos “por cuanto no dio la gloria a Dios” (Hechos 12:21-23).

Todos estaremos de acuerdo con eso. El problema surge (para algunos) cuando vemos que Jesús recibe abiertamente en la Biblia esa gloria que pertenece solo a Dios. Abundan exaltaciones a Cristo por todo el Nuevo Testamento. En Hebreos 13:21 dice (refiriéndose a Jesucristo): “… al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Esa frase nos haría temblar por haber escuchado una blasfemia. Por supuesto... eso si Jesús no fuera Dios. Pero, ¿solamente el autor de hebreos lo menciona? No. Pedro afirma: “… para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén”. Es indudable el juego de palabras: que Dios sea en todo glorificado pero también esa gloria (junto con el dominio) pertenecen a Jesucristo por siempre. Así mismo, Pablo ora por los Tesalonicenses “a fin de que el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros” (2 Tesalonicenses 1:11-12).

Jesús mismo consintió en recibir esa gloria. “Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en Él” (Juan 13:31). Alguno podría argumentar que Dios le permitió recibir esa gloria (aún siendo criatura), por ser el Cristo solo para glorificarse por medio de Él. Pero si este fuera solo el caso, Jesús no se atribuiría esa gloria como suya desde la eternidad: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Por ello, Pablo llamó con seguridad a Jesús de la siguiente manera: “… porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Corintios 2:8). Negar que el pasaje llama a Jesús “Señor de la gloria” sería necedad.

Otro término relacionado a la gloria es la adoración. Podríamos definirla como la contemplación constante y deléite en la gloria de Dios. Como bien sabemos, la adoración también es exclusiva para nuestro Dios (Mateo 4:10). Cuando hombres honestos han recibido adoración, su reacción inmediata es rehazarla, sabiéndo que son solo hombres (Hechos 10:18; 14:11-15). Pero quizás los ángeles si puedan recibir adoración, ¿No es cierto? Pues no. El ángel que habló a Juan fue muy enfático respecto a Quién SOLAMENTE debemos adorar: “… adora a Dios” (Apocalípsis 22:8-9). Siendo Jesús un hombre honesto, si Él es solo hombre (aún el primero en ser creado), o un arcángel (como afirman algunos), debería rechazar enfáticamente toda adoración. ¿Hizo eso Jesús?

Tenemos bastantes ejemplos de personas adorando a Jesús; y Él no los rechazó precisamente:

Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios (Mateo 14:33).


Aquí era el lugar perfecto para aclarar un asunto tan importante. Pero no, el silencio también habla. La adoración era la respuesta natural ante el poder de Dios el Hijo, y no hubo reprensión por parte de Jesús. También tenemos:

He aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán. (Mateo 28:9-10).


¡No temáis!... No es la respuesta de alguien honesto que está recibiendo lo que no le pertenece. Jesús está abiertamente aceptando que lo adoren. Oh, pero tal vez lo dejó pasar por esta vez. Ellas estaban muy emocionadas para arruinarles el momento. Sin embargo, unos versículos adelante de nuevo dice:

Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:16-18).


Sus palabras ante esa escena fueron sorprendentes. Fue algo como: No tengan dudas, adorenme.

Aún el Padre mismo nos muestra la deidad de Su hijo al declarar: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hebreos 1:6b). Lo mismo en Juan 9:35-39 con la historia del ciego.

En fin, estos pasajes, aunque no los únicos, son suficientes para comprobar que Jesús recibió lo que solo a Dios pertenece: la gloria y la adoración. Debes reconocer que si Jesús no es Dios, no estamos hablando de un buen hombre. Entonces, los fariseos tendrían razón al llamarlo blasfemo. Eso no sucede si, en efecto: Jesús es Dios. Continuamos con la segunda prueba contundente de que Jesús es Dios.

2) Jesús es el Señor.

La Biblia reconoce a un sólo Señor: Jehová. El epiteto de los Diez Mandamientos nos dice: “Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el único SEÑOR” (Deuteronomio 6:4, NVI). Versiones bíblicas (como la NVI) basadas en la Septuaginta (el Antiguo Testamento que leyeron los apóstoles y Jesús) traducen los nombres de Dios YHWH y Adonai al término griego Kurios (Señor). De manera que la Biblia enseña que existe un sólo Kurios en el universo. Esto mismo enseña Pablo en 1 Corintios 8:6.

Pero, de nuevo, la situación se complica cuando vemos a Quién llama Señor (Kurios) de esa forma exclusiva que pertenece a Dios: “para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él”. Bien, sé que muchos argumentarán que ahí separa a Jesús de Dios; pero, no puedes ignorar el hecho de que le está dando el titulo de “único Señor” a Jesucristo. ¿Acaso el Nuevo Testamento no está de acuerdo con el Antiguo en que Dios es el único Señor? Si lo está. Apocalípsis 18:8 lo llama “Dios el Señor”; Mateo 1:22, “el Señor”; Mateo 4:10 y 22:37, “el Señor tu Dios”. Hechos 17:24 lo llama “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra...” (refiriéndose a que es Señor de todo). Por supuesto el sentido que el NT le da a la palabra Señor (Kurios) es especial.

Pablo, así mismo, estalla en una exultación de alabanza a Dios, y lo llama “único y bendito Soberano, Rey de reyes y Señor de señores” (1 Timoteo 6:15). Una lectura superficial del contexto de ese versículo nos demuestra que se refiere a Dios. ¿A quién más podríamos exaltar así y llamarlo Rey de reyes y Señor de Señores? Ups, si Jesús no es Dios, la cosa se vuelve a complicar.

Jesús es el Cordero de Dios (Juan 1:29). El mismo Juan que describió así a Jesús también escribió lo siguiente: “Le harán la guerra al Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes...” (Apocalípsis 17:14). También Apocalípsis 19:16: “En su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores”. Ahí está Jesús como Rey de reyes y Señor de señores. ¿Usurpando el lugar de Dios? No lo creo. Tomando Su lugar legítimo como Dios.

No es la única referencia. Jesús, hablando de Sí mismo, enseña a los judíos que “David en el Espíritu le llama Señor” (Mateo 22:43). Es decir, el Espíritu de Dios, a través de David, llama a Jesús Señor. Atención, esto es Jesús afirmando que Él es el Señor.

Pablo lo lleva a tal punto de asegurar “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9, énfasis añadido). El requisito para la salvación eterna es estar de acuerdo (eso significa el término confesar) con la afirmación “Jesús es el Señor”. No es un señor, es el Señor. Y si el Señor nuestro Dios, el Señor uno es; entonces, si quieres ser salvo ya sabes lo que debes creer de Jesús. Ese, de hecho, era el centro de la predicación del apóstol (2 Corintios 4:5).

—¡Bueno! Talvez la Biblia se refiere a que Jesús es la criatura más especial que Dios creó, que está por encima de todos nosotros, ¡pero no que es Dios! —guerreará alguno. Previendo eso, la Biblia nos deja un bonito juego de palabras para mostrarnos que ser “el Señor” significa ser Dios. Está en la forma en que Tomás llama a Jesús una vez que creyó en Él: “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). ¿Lo ves?

—Pero Jesús no debió estar de acuerdo con esa afirmación —me increparás seguramente. Pero la respuesta de Jesús fue: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (v. 29). Es decir, “qué bueno que lo creas, ¡lo malo es que te esperaste a ver para creer!

Querido lector, sin duda alguna, Jesús es el Señor. Si no lo crees, la Biblia dice que no eres salvo. Si lo crees, entonces podemos celebrar juntos que hay un sólo Señor: Dios. Con esto pasamos a la tercera y última prueba de que Jesús es Dios.

3) Jesús es el Salvador.

Del mismo modo que el título de Señor, el de Salvador es uno que ya tien derechos de autor. No es que pocos puedan llamerse así, sino que sólo Uno es legítimamente Salvador. El Señor lo declara llanamente: “Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43:11). De hecho, en esa característica se glorifica. Isaías 43:12 dice: “Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios”. El hecho mismo de salvar atestigua que Él es Dios. No puede ser de otra forma. “La salvación es de Jehová; sobre Tu pueblo sea Tu bendición” (Salmo 3:8).

Otros pasajes lo dicen de forma diferente. A Dios se le llama en la Biblia, la Roca (con R mayúscula). Este término se refiere usualmente a Su poder para salvar.

Viva Jehová, y bendita sea mi Roca, y engrendecido sea el Dios de mi salvación (2 Samuel 22:47).
Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio (Salmo 18:2).
Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme (Salmo 31:2).
Él me calmará: mi Padre eres Tú, mi Dios, y la Roca de mi salvación (Salmo 89:26).


Entonces nos preguntamos: ¿cuántas Rocas hay que puedan salvar a la humanidad? La Biblia responde con una pregunta retórica (cuya respuesta es obvia):

Porque ¿quién es Dios, sino sólo Jehová? ¿Y qué roca hay fuera de nuestro Dios? (2 Samuel 22:32).

Debemos confiar sólo en Dios para nuestra salvación entera (en esta vida y en la eternidad). Debemos decir a cualquiera que confía en otro que no es Dios: “Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca, y aun nuestros enemigos son de ello jueces” (Deuteronomio 32:31). O ayudarles a ver a los que confían en dioses falsos: “¿Dónde están sus dioses, la roca en que se refugiaban; que comían la grosura de sus sacrificios, y bebían el vino de sus libaciones? Levántense, que os ayuden y os defiendan” (Deuteronomio 32:37-38).

El Nuevo Testamento ofrece el mismo testimonio: “Pablo, apóstol de Jesucristo, por mandato de Dios nuestro Salvador” (1 Timoteo 1:1). Lo mismo en el capítulo 2, verso 3. ¿Quién es nuestro Salvador? ¡Dios, por supuesto! ¿Quién más? Y en el capítulo 4 verso 10, es más enfático: “… porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen”. De modo que (para dejar muy claro), ¡no existe Salvador alguno aparte de Dios!

De nuevo, hay un gran conflicto con esto si Jesús no es Dios, porque no puede haber dos Salvadores del mundo entero; pero, en el evangelio de Juan, los hombres reconocen a Jesús como “el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4:42).

—Eso lo dijeron unos samaritanos, no cuenta como verdad teológica —objetará alguno. Pero no creo que alguien serio esté dispuesto a negar que Jesús es visto como el Salvador universal en la Biblia. Hebreos 2:10 lo llama el “autor de la salvación de ellos”, otra manera de decir que la salvación es de Jesús, o que solo Jesús salva (como afirman Salmo 3:8 e Isaías 43:11 de Jehová). También Hechos 4:12 es clarísimo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.

—¡No, no! Pero Jesús no puede ser Dios. Esos pasajes deben referirse a otra cosa. —Querido amigo. No luches contra la verdad. Aquí la Biblia te da otra señal con un juego de palabras. ¿A quién crees que se refiere la Biblia cuando habla de ese Salvador universal? Exacto, a Dios. Ahora, ¿Cómo crees que la Biblia llama a Jesús usando ese juego de palabras para dejarte claro la naturaleza divina de Jesús? Lo llama: “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). ¡Amén al versículo que literalmente solo copié y pegué aquí!

—Pero, ¿y si Pablo se desvió en esa doctrina? Bueno, Pedro dice: “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:1). Dios y Salvador… Dios y Salvador… Dios es el único Salvador= Jesús es el único Salvador= Jesús es Dios.

Conclusión

Este artículo no tiene la intención de ser polémico, o incitarte al debate; más bien de poner en alto el nombre de Cristo. Yo deseo con todo mi ser dar gloria a Jesús con mi vida, y no podría hacerlo si Jesús no fuera Dios. Yo afirmo con seguridad que Jesús es mi Señor y deseo servirlo como tal, pero si Jesús no es Dios, soy un blasfemo. Yo descanso en que Jesús me ha librado de mis pecados, Él es mi único y suficiente Salvador, mas estaría confiando en otra “roca” si Jesús no es Dios.

Por lo tanto, con esto he comprobado una preciosa verdad: Jesús es Dios. Así que puedo seguir gritando esta frase a los cuatro vientos: ¡Gloria a Jesús, el Señor y Salvador!